Capítulo I
Cuando el mundo era más pequeño
1.1 Las condiciones históricas del descubrimiento
en Europa.
1.1.1-El mundo europeo hacia 1492.
La característica principal del mundo europeo de
finales del siglo XV es su heterogeneidad, desde todo punto de
vista, originada por una sociedad que
está en transición. Si bien la producción es regida por el modo feudal,
tanto en la ciudad como en el campo, éste está en
una decadencia que en algunos casos es flagrante, sobre todo en
las regiones donde han surgido de dentro de él, relaciones
capitalistas en su primera fase, la mercantilista.
Ahora bien, las relaciones de servidumbre se han
relajado o desaparecido en muchas partes de Europa. La
institución de la servidumbre, con sus cargas de tributo
en especie y trabajo, ha
dado paso a relaciones monetarias, donde el antiguo siervo ad
glebam se convierte poco a poco en arrendatario de su
señor.
Este proceso se
explica por sí mismo si tenemos en cuenta la
situación de los principales poseedores de riqueza de
aquel tiempo. La
diversidad de productos con
que el desarrollo del
comercio de
los mercaderes de las ciudades libres ha inundado a amplias zonas
europeas, convierte a los señores feudales en buscadores
desesperados de dinero en
efectivo, única manera de conservar el nivel de lujo que
subía cada vez en más en relación directa
con el aumento de las mercancías circulantes.
Los señores, poseedores de la única fuente
de riqueza conocida en aquellos tiempos, la tierra,
tienden por tanto a convertir las gabelas feudales en sumas cada
vez mayores de dinero en efectivo, por lo que surge el
fenómeno de acumulación de grandes extensiones de
tierra,
incluidas las comunales, para su uso, por ejemplo, como terrenos
de pasto, siendo éste el caso de los cercados, y
aquí, en esta aglutinación, vemos nuevamente la
transformación que esta ocurriendo en el campo
feudal.
Un fenómeno asociado a esto es la
situación de formación de los estados nacionales en
el occidente europeo, que culmina en el siglo XV, con la
terminación de la conquista de Gales y el fin de la
guerra de las
Dos Rosas en Inglaterra, la
incorporación de el ducado de Bretaña a la corona
francesa y la rendición del último reducto de los
musulmanes en España, el
reino de Granada.
Este fenómeno tiene su basamento en la necesidad
de los habitantes de los burgos de una estabilidad a largo plazo
en el momento en que las relaciones monetarias están
comenzando la creación de un mercado interno
nacional. Para cubrir esta necesidad, la burguesía de las
ciudades establece una alianza con la monarquía que le permite a ésta
tener los recursos
necesarios para domeñar la resistencia de
los señores y lograr, con la unificación nacional,
la estabilidad necesaria. La ciudad libre transfiere las
condiciones de su vida al estado libre,
al estado-país-reino.
Esto está además condicionado por la
acción
de la más poderosa institución del Sacro Imperio
Romano-Germánico, del Reino de Francia, del
Reino de Inglaterra, de las repúblicas y
señoríos italianos y por supuesto de los reinos
ibéricos, Castilla, Aragón y Portugal. Esta
institución, conductora de buena parte de la política europea de
la época, que será atacada y debilitada en el siglo
subsiguiente, es la Iglesia
Católica, con el Papa de Roma a la
cabeza.
El papel de la Iglesia durante toda la Edad Media es
gigantesco. Querella de las investiduras, predicación de
las Cruzadas, creación de las órdenes mendicantes y
luego de los tribunales del Santo Oficio, son acciones que
dan forma a toda una época.
Este poder
está a punto de resquebrajarse en parte el siglo que
vendrá, pero el siglo XV ve a la Iglesia Católica
llegar a la cima de su gloria terrenal y también de su
corrupción. Gracias a la habilidad de sus
miles de espías secretos y no secretos como los frailes y
curas, la información fluye hacia esta poderosa
institución de manera continua, lo que le permite durante
mucho tiempo adaptarse fácilmente a las situaciones
cambiantes. Así, tenemos como ejemplo la fundación
de las llamadas órdenes mendicantes y el ajuste mediante
el cual logra adaptarse a la necesidad de una religión más
sensible, ya en el siglo XV.
1.1.2-El comercio europeo en los finales del siglo
XV.
La Europa del finales del siglo XV es uno de los lugares
históricos mejor estudiados. En el final de lo que se
llamó Baja Edad Media, existían muchas diferencias
entre las diversas zonas o áreas geográficas.
Así, el norte y el sur de la Europa continental se
distinguían por un activo comercio, en manos en el sur de
las poderosas repúblicas de Génova y Venecia,
principalmente, y en el norte de la omnipresente Liga
Hanseática o Hansa Teutónica, liga de mercaderes
con oficinas en prácticamente todas las ciudades
septentrionales de Europa, desde Londres en Inglaterra hasta
Arcángel en Rusia. Este
comercio difería por su carácter y por el contenido de lo
traficado.
La Hansa era una institución surgida de la
estratificación comercial del norte de Europa, con los
núcleos de Flandes-Países Bajos y el norte de
Alemania, la
fragmentación política del Sacro Imperio
Romano-Germánico y la importancia de las ciudades
gremiales y comerciales de esta región, así como la
necesidad de establecer un frente de lucha contra el bandidaje y
la piratería, en muchos casos amparada por los
soberanos y señores feudales de los territorios
colindantes con las ciudades. Con un rápido crecimiento,
la Hansa creó su propia Dieta o Parlamento, el
Hansetag, donde a mediados del siglo XIV estaban
representadas ochenta y cinco ciudades, e incluso
llegó a declarar la guerra a un reino como Dinamarca,
guerra de la cual salió victoriosa.
El comercio que realizaban sus mercaderes era de
carácter circulatorio en tanto el volumen de
mercancías permanecía más o menos
estático a lo largo de todo el flujo, aunque se
distinguía una tendencia centralista con la importación de materias primas desde los
extremos geográficos hacia las ciudades manufactureras de
la costa del mar del Norte y, como excepción, la City
londinense. Así, de la costa sur de Inglaterra
provenían lanas, de la taigá rusa pieles preciosas,
madera y
pescado de Noruega, paños y vinos de Flandes, manufacturas
metálicas y perfumería desde Alemania y granos
desde casi todas partes, en una lista por demás
extensa.
El comercio meridional, del cual los italianos llevaban
la parte mejor, era compartido en definitiva por un abanico de
ciudades y estaba en este sentido dividido en el comercio costero
o marítimo y el que se realizaba al interior, en un
área geográfica por lo menos comparable con la
norteña. En el mar dominaban los italianos, con venecianos
y genoveses a la cabeza, los aragoneses que habían logrado
extender sus dominios hasta el llamado reino de las Dos Sicilias
y algún puerto en el sur de Francia como Marsella. En el
hinterland la hegemonía se ramificaba a las
ciudades del sur de Alemania, con Augsburgo a la cabeza, el norte
de Italia, con
Florencia, Parma, Turín, Pisa y Milán, el centro
francés que radicaba en Lyón y algunos lugares
puntuales en el territorio español,
con relativo poco desarrollo.
Los venecianos y genoveses se repartían el
filón del comercio europeo que rendía las mayores
ganancias, esto es, el comercio con el Oriente. Venecia
poseía la isla de Creta y la de Chipre en el mar Egeo,
así como establecimientos en Crimea y otros puntos del mar
Negro, tres barrios de la ciudad de Constantinopla y
factorías en todas las principales ciudades del Cercano
Oriente, desde Damasco hasta Alejandría. Génova por
su parte tenía establecimientos mercantiles de importancia
en Gaza en Palestina y en Azov en el mar Negro, el arrabal de
Perea en Constantinopla, la isla de Quíos en el mar Egeo y
la importante cala de Túnez, en el norte de
África.
Gracias a semejante posicionamiento,
ellos controlaban la mayor parte del flujo de mercancías
que venían desde el Oriente, la India y
China
principalmente, al tener puntos de contacto con las grandes rutas
de transporte de
mercancías asiáticas. La seda y porcelana chinas,
las alfombras y tejidos persas,
el betún del Golfo y sobre todo, las especias,
constituían los platos fuertes del banquete mercantil que
las reinas del Adriático y el Tirreno le servían al
resto de Europa.
Los productos que los italianos intercambiaban en los
mercados
orientales eran manufacturas en su mayor parte, que
provenían de los centros manufactureros que antes
mencionamos, las ciudades del interior italiano y el sur de
Alemania, región esta última además
principal productora de plata en Europa durante toda la Edad
Media.
Estas grandes divisiones o demarcaciones comerciales
europeas tenían por supuesto contactos a todo lo largo del
continente. Así, los productos meridionales y
septentrionales se encontraban en las grandes ferias, de las
cuales las de Champaña en Francia eran las más
famosas, así como los emporios comerciales, Amberes, donde
encontramos, ya en el siglo XVI, el primer mercado o bolsa de valores
moderno, por ejemplo.
Por otra parte, la situación de muchas
áreas europeas, situación creada por el
régimen económico feudal que no estaba ni mucho
menos en decadencia en todas las regiones por igual,
convertía a estas en verdaderos islotes dentro del flujo
comercial europeo, lo que estaba también señalado
por la situación geográfica e
histórico-política. Así, la manufactura de
excelentes aceros, heredada por los castellanos de los musulmanes
del reino taifa de Toledo, no logra hacerse justicia en el
mundo europeo hasta el tiempo de Carlos I de España (V de
Alemania), cuando el tratamiento al comercio se comienza a hacer
de forma nacional, sobrepasando los aceros toledanos la barrera
impuesta por los Pirineos y los mercaderes catalanes y
aragoneses.
Hay otros pequeños focos de comercio, como el que
se realiza en el mar Cantábrico o golfo de Vizcaya, entre
las ciudades de la antigua Aquitania francesa y las del norte de
España, o sea, entre Burdeos y Santander, entre La Rochela
y San Sebastián. Este comercio, del que también
forman parte los portugueses desde Lisboa y Oporto, está
más bien ligado a productos alimenticios y de primera
necesidad, como los granos, carne salada, metales en bruto,
vinos y sal, por supuesto.
1.1.3 La ciencia y
la tecnología del
descubrimiento.
El mundo europeo en 1492 es un mundo en muchos aspectos
dividido, como ya vimos con el comercio, en otros puntos aislado
y en general abigarrado y multiforme. A esto no escapan las
condiciones de la ciencia y la
técnica contemporáneas al descubrimiento. Por un
lado, tenemos que la navegación, sujeta principalmente a
los avatares del comercio, pudo realizar verdaderas
hazañas técnicas y
geográficas para la época, tanto en el mundo
mediterráneo como fuera de él. En cambio, la
filosofía, de la cual no se había separado la mayor
parte de las ciencias,
seguía siendo esencialmente escolástica en sus
preceptos, lo que quiere decir, al menos en este aspecto, que era
rígida, dogmática y con mucha resistencia al
cambio y a la práctica.
De aquí que a pesar de la excepcional
valentía y el impulso que da el interés
económico, las grandes empresas de
navegación y descubrimiento fueran extremadamente raras en
la época, dominada por un pensamiento
que, religioso en esencia, era evidentemente controlado por la
Iglesia.
El ciego respeto a los
autores clásicos era la barrera que se oponía al
progreso de la ciencia. La zona perusta de Aristóteles, el pulmón marino
de Estrabón, al norte de Europa, y el mar
tenebroso, al sur del cabo Bojador, cohibían con su
terrorífica imagen el natural
impulso a sobrepasar los confines del mundo; pero arrojados
viajeros y valerosos misioneros habían logrado llegar
hasta el Extremo Oriente, y los audaces mallorquines del siglo
XIV y los nautas lusitanos de Enrique el Navegante, un siglo
después, habían desacreditado con sus gestas la
infalibilidad de los antiguos.
Después del éxito
del primer ataque a la fortaleza de la ciencia antigua, y
deshecho así el dogma de su infalibilidad, que hoy apenas
podemos comprender, fue ya tarea fácil a la multitud de
estudiosos, que surgió en todos los países cultos,
lanzarse por la brecha abierta, para destruir cuanto tenía
de deleznable la imponente construcción; pero el coraje de los
mallorquines del siglo XIV y el de los primeros lusitanos que
acompañaron a Gil Eanes en 1434 por el «mar
tenebroso» (heroísmo comparable al de quienes se
alistasen hoy en una expedición cósmica hacia
Marte), el de Colón y Magallanes y el de todos los
navegantes portugueses que atravesaron una y otra vez la zona
tórrida, hasta descubrir la ruta a la India, demostrando a
la par la inconsistencia de los dogmas aristotélicos y la
inexistencia del continente austral de Tolomeo, no solamente
hicieron posible la epopeya hispánica, sino también
el advenimiento de la ciencia moderna, libre de prejuicios
de autoridad, que
ellos lograron derrocar.
La experiencia, la visión directa de los hechos,
es desde entonces el criterio supremo de verdad, que destrona al
criterio de autoridad. Contra la sabia opinión de los
filósofos, que declaran impenetrable e
inhabitable la zona tórrida, los portugueses la cruzan
repetidamente; y seis veces la atraviesa la expedición de
Magallanes «sin quemarse», como dice López de
Gómara. Este grandioso viaje contribuye como ninguno a
arraigar definitivamente en las conciencias la idea de la
esfericidad del globo y de su relativa uniformidad.
Suele afirmarse sin razón que las expediciones de
Colón y Magallanes derrocaron la concepción del
mundo como disco plano, demostrando la esfericidad del planeta.
No; la idea de la tierra esférica era en aquel entonces
patrimonio de
todos los hombres cultos. Ya los griegos habían abandonado
esa ingenua idea de los geógrafos
jónicos, y la observación de la sombra arrojada sobre
nuestro satélite en los eclipses lunares confirmaba
visiblemente esta verdad. Ahora bien, una cosa es el globo y otra
el ecumene o mundo habitable que en los primeros siglos
medioevales de ínfima cultura se
suponía disco flotante sobre las aguas; pero a fines de la
Edad Media se impuso definitivamente la tesis
aristotélica, que consideraba la tierra como esfera
sólida, cubierta de aguas, excepto en la porción
que constituye los continentes.
Mas todo ello, y las conjeturas de algunos atrevidos
cartógrafos, no pasaba de ser hipótesis más o menos plausible y
aceptable; y aun los más eruditos discutían sobre
la posibilidad de existencia de otros mundos o siquiera islotes
habitados. Aunque nos hayamos acostumbrado a la idea de la
existencia de antípodas, por haber nacido bajo el signo
de la teoría
física de
una gravitación central y en una época de dominio absoluto
de los mares, se comprende bien que, con la idea de una
gravitación paralela y con un reducido horizonte terrestre
y marítimo, fuera tan enorme como razonable la
resistencia que encontró durante muchos siglos la
concepción de esos desgraciados antípodas
«suspendidos cabeza abajo», y se explican las burlas
con que fueron escarnecidos los defensores de idea tan
monstruosa; y no podemos contener nuestra admiración hacia
el poderoso esfuerzo imaginativo de los pitagóricos, de
Aristóteles, y sobre todo de Aristarco, el
Copérnico de la edad antigua, que concibió el
sistema
heliocéntrico. Y más admirables todavía que
aquellos espíritus libres y razonadores son los hombres
medievales, que vencieron en lucha individual al doble enemigo:
la ignorancia y el prejuicio
supersticioso. Alberto el Magno, Roger Bacon, Vicente de
Beauvais, el Dante, Pedro d’Ailly, aristócratas de
la inteligencia y
padres de nuestra civilización moderna, admitieron la
esfericidad de la tierra, pero pocos de ellos llegaban a creer en
los antípodas; y esta inercia de las mentes más
excelsas de dos centurias magnifica la figura del obispo Virgilio
de Salzburgo, que en pleno siglo VIII, quinientos años
antes que ellos, admitió entrambas ideas, siendo
perseguido por tal doctrina «perversa y
peligrosa».
Como máximo propulsor de la geografía de la
época debe ponerse el nombre del infante portugués
Don Enrique quien durante medio siglo planeó, y en parte
realizó, el más vasto plan de
exploraciones que registra la Historia, pues no solamente
exploró gran parte del África y proyectó la
ruta marítima a la India, sino que también parece
haber ensayado expediciones a América, mucho antes de que Colón
realizara su magna hazaña.
Son los descubrimientos lusitanos los que incorporaron
el África entera a la Geografía, pero mucho antes
los habían precedido otros exploradores valerosos. Es
preciso retrotraerse a los comienzos del siglo XIV, conocer las
supersticiones que atemorizaban a los navegantes y saber el
rudimentario estado de la náutica de entonces, y aun de un
siglo después, para admirar debidamente el coraje de los
mallorquines que en el primer tercio de aquella centuria se
arriesgaron a llegar al mar tenebroso; fruto de sus
descubrimientos, los primeros portulanos mallorquines. Tal, por
ejemplo, el de Dulceti o Dulcert, fechado en Mallorca en 1339,
que traza la costa africana en mayor trecho que los portulanos
italianos, los cuales llegan sólo hasta el cabo Bojador,
considerado como límite meridional del mundo.
Se daba por cierto, como hecho incontrovertible, que las
comarcas ecuatoriales eran inhabitables por su sequedad y
altísima temperatura, y
se suponía la existencia de una zona perusta, de
acuerdo con el dogma aristotélico.
Se tenía por verdad sólida que al sur del
cabo Bojador (caput fines Africae), situado en la costa
africana no lejos de las Canarias, se extendía el temible
Mar tenebroso, en el cual la mezcla de las aguas
hirvientes del trópico, con las frías procedentes
del polo, producía espesa niebla de vapores que mezclada
con las arenas del desierto acarreadas por los vientos formaba
una masa impenetrable. El finis mundi se había
desplazado algo desde la antigüedad, pero no pasó
hacia S-O de esa barrera que se suponía infranqueable. Ya
no era el precipicio que bordeaba el Ecumene de los griegos, pero
significaba algo equivalente al terrorífico
pulmón marino, que describe Estrabón en los
confines boreales del mundo entonces accesible.
El pavor que inspiraba el cabo Bojador, tenía un
fundamento real. Parece ser, en efecto, que más
allá del Cabo se extiende una restinga de seis leguas de
largo donde las aguas se quiebran, arremolinándose y
formando «un hervidero de olas furiosas». Aquella
extensión inmensa de espumas blancas hacía imaginar
que el Océano, de allí adelante, se prolongaba
siempre en un bullir continuo por el calor de la
zona tórrida, tan ardiente y tan difícil que
hacía imposible la vida en aquel lugar. Los marinos
contemplaban pensativos el mar amenazador de espumas
blancas, que llenaba la inmensidad con su rumor; después
viraban de bordo y retrocedían.
De algunas expediciones, muy anteriores al 1400, hay
pruebas
positivas en lo que se refiere a fechas posteriores al 1300; pues
ciertos relatos sobre expediciones más remotas no ofrecen
garantía de autenticidad. Tal sería, por ejemplo,
cierto documento de fines del siglo XII en que se afirma que los
genoveses Vivaldi y Usodimonte llegaron hasta Guinea; pero
según el escrupuloso Rey Pastor «no parece que
ofrezca completa autoridad». Son, por el contrario, de
indudable valor
probatorio los documentos
siguientes:
1º El portulano de Dulceti, Dulcert o Dolcet,
trazado en Mallorca en 1339, en el cual figura ya un gran trecho
de la costa africana.
2º La carta de
Viladestes (1413), en la que se atestigua haber partido el 10 de
agosto de 1346 una expedición de Jaime Ferrer para ir al
Río de Oro
(¿en Senegal?), declaración que revela el
conocimiento de la costa situada al sur del cabo Bojador, y
que está confirmada por un manuscrito
conservado.
3º Una carta del Atlas
catalán de 1375, en que figura la misma
inscripción.
4º Hubo además una expedición de los
navegantes franceses de Dieppe, subvencionada por las
comerciantes de Rouen, que se supone pasó del cabo Bojador
en 1364, llegando hasta Guinea.
Rota ya la superstición, los descubrimientos
geográficos se suceden vertiginosamente, y las
expediciones enviadas por Don Enrique y después por el Rey
Alfonso V avanzan más y más por el contorno de
África, penetrando tierra adentro en el Sahara, el Senegal
y el Gambia.
Cabo Blanco en 1441, Bahía de Argüin en
1443, Senegambia y Cabo Verde en 1445, Sierra Leona en 1447, y,
después de la muerte del
príncipe, Golfo de Guinea en 1469-71, el Congo en 1481;
culminando la epopeya con la hazaña de
Bartolomé Díaz, que en 1486 dobló el cabo de
las Tormentas, bautizado por él como cabo de Buena
Esperanza.
He aquí un nuevo descubrimiento geográfico
de la más alta trascendencia. El África no se
extendía, pues, hasta el Asia formando un
todo conexo por el extremo Sur, sino que tenía un contorno
meridional a modo de proa entre el Oriente y el Occidente. La
Terra incognita secundum Ptolomeum, que figuraba en los
mapas ocupando
casi todo el hemisferio austral en forma de inmenso continente,
quedó tachada de un plumazo por los navegantes
portugueses.
En cuanto a la cartografía, los primeros mapas medievales
son circulares, de acuerdo con la forma supuesta para el mundo
habitado. Que algunos mapas, como el de Cosmas (S. VI), tengan
forma rectangular, no quiere decir, a nuestro entender, sino que
así limitaban convencionalmente lo representado, como
hacemos hoy en nuestros mapas. Que en el mapa de Cosmas aparezca
otro rectángulo a la derecha que representa el
Paraíso, unido a aquél por ríos misteriosos,
tiene un valor simbólico.
Redondos, ovalados o en forma de corazón,
poco progresan en los primeros siglos los mapas medievales;
además de colocar el Paraíso en uno u otro lugar
del Oriente, solían estar ilustrados con numerosas figuras
de geografía física o política,
especialmente con representaciones de hombres y animales
monstruosos. Pero en el siglo XIV evolucionan rápidamente,
al compás de las exploraciones de mallorquines, catalanes
e italianos, y famosos son éstos: el de Visconti, o de
Sanudo (1320), el Atlas de los Médicis (1351), la carta
catalana de 1375.
Ya en el siglo XIII habíase iniciado, sin
embargo, un nuevo tipo de mapa más científico, con
menos fantasías y figuras abigarradas, para representar
las costas; son los llamados portulanos, cartas de
compás o loxodrómicas, caracterizados
por la encrucijada de líneas que los cruzan, radios de
dieciséis rosas náuticas con sus centros dispuestos
en circunferencia, mediante los cuales orientaban su rumbo los
navegantes; son, en suma, las primeras cartas
náuticas no sujetas a método
ninguno de proyección, antes de que se inventara el
sistema de proyección que, gracias a Mercator,
resolvió el problema de trazar el rumbo exactamente entre
puntos cualesquiera.
En el siglo XVI aumenta todavía el número
de los portulanos realizados, y entre ellos figuran los de los
hermanos mallorquines Oliva, que trabajaron en Italia, pero en
esa hora avanzada de la cultura geográfica y
astronómica un nuevo tipo de cartas menos vistosas, pero
más eficaces, venía a sustituir a los hermosos
portulanos medievales.
Positivo progreso significaron, sin embargo, estos
beneméritos portulanos respecto de los mapas
geográficos, maravillas de abigarramiento e inexactitud,
mientras que en las cartas portulanas figuran solamente las
costas conocidas y los mares surcados. La fantasía, que
aderezaba las vagas noticias o las
simples sospechas, se modera sensiblemente en estas primeras
cartas náuticas, y pronto trasciende el ejemplo a los
mapas terrestres.
Un punto en controversia es la existencia de un supuesto
modelo, no se
sabe si italiano o mallorquín, del que derivarían
los portulanos conocidos, muy semejantes entre sí.
Tampoco se sabe bien cuándo ni dónde nace
ese otro tipo de mapa marino, intermedio entre el portulano y la
moderna carta de Mercator, que suele llamarse carta plana,
y cuya existencia efímera es consecuencia de su grave
imperfección.
Durante la Edad Media la Astronomía era cultivada casi
exclusivamente como ciencia auxiliar de la Astrología. El trazado de horóscopos
así lo exigía, mientras que la navegación
costera podía realizarse con muy escasos conocimientos
cosmográficos. Digamos breves palabras sobre los problemas que
fue planteando la navegación de altura, los cuales
produjeron considerable avance en la técnica
náutica.
El instrumento astronómico fundamental de los
navegantes era el astrolabio plano, disco circular graduado, con
alidada giratoria, que permitía tomar alturas y medir
azimutes en tierra firme, pero de difícil manejo en el
mar. Tan inseguras eran sus determinaciones que el piloto
Bartolomé Díaz, que dobló por primera vez el
Cabo de Buena Esperanza, se vio obligado a desembarcar en la
bahía de Santa Elena, principalmente para asegurarse de la
latitud con observaciones más fidedignas.
Mientras el astrolabio puede considerarse como el
teodolito primitivo, el precursor del sextante es el rudimentario
bastón de Jacob, de más fácil manejo
y de gran utilidad en manos
expertas. Con uno u otro, el error cometido en la medición de alturas y azimutes era del
orden del medio grado.
El astrolabio mide directamente el ángulo; en
cambio la ballestilla o bastón de Jacob lo determina por
la tangente de su mitad; en el eje o flecha del aparato va
grabada una escala que da la
graduación sexagesimal. A juzgar por los dibujos que
representan su manejo hacia adelante y hacia atrás, es
probable que llevara un pequeño espejo en el extremo de la
flecha para ver al sol por reflexión, pues no parece que
por la simple sombra lograran determinar la altura.
Tendríamos, pues, el primer sextante
rudimentario.
Los astrolabios planos terrestres usados por los
árabes eran discos metálicos de unos 15 cm. de
diámetro, pero al aplicarlos a la navegación fue
muy aumentado su tamaño y su peso, a fin de darles mayor
exactitud y estabilidad. Tan rudimentario aparato armado sobre un
gran trípode es el astrolabio de palo a que se
refieren las crónicas de la época.
El astrolabio terrestre llevaba en el reverso una
proyección estereográfica de la esfera celeste
correspondiente al lugar, de tal suerte que las estrellas
principales visibles sobre el horizonte estaban representadas, y
la simple lectura en el
anverso de la altura de una estrella, enfilada con la alidada
móvil, permitía determinar gráficamente la
hora en este nomograma grabado en el reverso. Pero este
método era inservible en la navegación, y en lugar
de la proyección de la esfera celeste figuraba una tabla
de declinaciones del sol correspondientes a varias épocas
del año. El problema de la latitud quedaba así
resuelto en tiempo despejado; de día por la altura del sol
a mediodía, y de noche por la altura del polo; pero la
grave dificultad se presentaba en la determinación de la
longitud, magno problema que preocupó a los
cosmógrafos de todos los países y que ni siquiera
Galileo llegó a resolver de modo
práctico.
Entretanto la construcción naval también
había realizado sus progresos a lo largo de la Baja Edad
Media. Los árabes se habían caracterizado por el
comercio en zaruqs y sambuqs, naves pequeñas y
rápidas que utilizaban la vela latina o triangular, las
cuales evolucionaron a las grandes baghlas, de pesado navegar.
Pero ya vimos como el comercio y la navegación en general
están en manos de los occidentales, de ahí que los
cambios más profundos vengan desde el oeste
europeo.Así, vemos como las galeras, tiradas por remos y
con uso de velamen en dos palos, que dominaron el comercio
mediterráneo durante casi toda esta etapa, son sustituidas
por las carracas y las carabelas, que, haciendo uso exclusivo de
la fuerza de los
vientos gracias a sus tres palos, son mucho más ligeras y
tienen más autonomía de navegación, por lo
que pueden recorrer grandes distancias sin recalar en puerto
alguno.
1.2-El Viejo Nuevo Mundo
1.2.1-Sobre los indígenas americanos hacia el
siglo XV
Las distintas teorías
que tratan de la población de nuestra América que
datan del siglo anterior, principalmente de la mano de Paul Rivet
y Alex Hrdlicka, francés y checo, respectivamente,
proponen el poblamiento de América con poblaciones
flotantes que vinieron de Asia y Oceanía.
Hasta ahí concuerdan las teorías.
Paul Rivet, en sus estudios sobre el origen del
hombre americano, propone el origen malayo-polinesio de los
indígenas americanos, basado en comparaciones
etnográficas y lingüísticas producto de
sus extensos estudios in situ.
El checo Ales Hrdlicka, por su parte, proponía
una población americana proveniente de Asia, de origen
etnológico mongoloide, llegadas a América a
través del estrecho de Behring, en lo que se conoce como
Teoría del Poblamiento Mongoloide-Central.
En la mitad de los años 80 del siglo XX, la
hipótesis avanzada por un lingüista de la Universidad de
Stanford, Joseph Greenberg, desencadenó una verdadera
batalla intelectual. Según la ambiciosa síntesis
de datos
lingüísticos, genéticos y dentales que
propuso, los primeros americanos habrían llegado de Asia
en (al menos) tres oleadas distintas, cada una de las cuales
originó un grupo de
lenguas diferente. Varios lingüistas discutieron esta
categorización de la mayor parte de los idiomas
indígenas en un solo grupo "amerindio"; pero la
teoría concordaba con los análisis dentales y genéticos
procedentes de varios laboratorios.
La evolución de las técnicas
genéticas y su refinamiento, han permitido llevar a cabo
nuevos estudios entre las poblaciones indígenas
supervivientes en América, utilizando el ADN mitocondrial
y la división en haplo-grupos, que
demostrarían el origen común, esto es, de un mismo
grupo poblacional, de todos los habitantes primarios del
continente. De cualquier modo, la controversia
continúa.
De manera general, la tradición oficial recoge
como teoría en vigor la llegada de pobladores a
América a través de tres oleadas migratorias
sucesivas, la primera de las cuales llegaría hace
alrededor de 30 000 años, por la estrecha franja que
separa a Alaska de Siberia, aprovechándose de los hielos
de la cuarta glaciación. Estos primitivos inmigrantes
poseían ya herramientas y
utensilios de piedra y se encontraban en las etapas del
paleolítico medio y superior. En esta y las subsiguientes
oleadas los hombres se fueron esparciendo más y más
hacia el sur.
Estas oleadas estaban probablemente compuestas por
grupos humanos reducidos, cazadores nómadas que se fueron
desplazando desde sus primitivos asientos en Alaska hasta
posiciones más meridionales a medida que la
glaciación iba avanzando hasta que desapareció en
los alrededores del 8000 a.n.e. Así los yacimientos de
utensilios de hueso del Yukón, en Alaska, son del
año 22 000 a.n.e., en la meseta de Anáhuac se
tienen rastros de hogueras del 20 000 a.n.e y en una cueva cerca
de Ayacucho, en Perú, se encontraron utensilios
líticos y restos de animales que datan del año 18
000 a.n.e.
A la llegada de los españoles a América en
1492, el continente estaba poblado por tribus indígenas en
diverso grado de desarrollo. Así, en Norteamérica
descollaban por el sur las agrupaciones de los llamados indios
pueblo, mientras el norte las naciones iroquesas y algonquinas
dominaban el panorama, en tanto que en Mesoamérica eran
relevantes la
organización de los pueblos náhuatl dominados
por los mexicanos o aztecas y la
civilización antiquísima de los mayas que se
extendía por amplias zonas hasta Centroamérica. En
el sur, las poblaciones chibchas y mochicas de la actual Colombia, el
movimiento y
desarrollo de pueblos del Altiplano que tuvo como colofón
la formación del Tahuantinsuyu, el imperio de los incas, las
tribus meridionales de araucanos, patagones, onas de la Tierra
del Fuego, los charrúas, guaraníes y arawaks o arahuacos, formaban
el abigarrado panorama de desarrollo desigual de los
indígenas americanos.
1.2.2-Las mayor de las Antillas hacia
1492
En cuanto a la población de las Antillas y de
Cuba en
específico, se remonta a fecha tan lejana como el
décimo milenio antes de nuestra era, donde las condiciones
de la última glaciación, que como decíamos
concluyó alrededor del año 8 000 a.n.e.,
permitían el acceso entre la península de La
Florida y Cuba. La ruta seguida por estos primeros inmigrantes,
de raza mongoloide y probablemente cazadores paleolíticos,
es la que atraviesa Norteamérica y llega al litoral del
Golfo y de ahí a la isla. Estos primitivos habitantes
dominaban el fuego, tallaban la piedra y practicaban como
actividades fundamentales la caza y la pesca.
Un segundo grupo migratorio, con características
etnológicas y económicas muy similares
arribó desde Centroamérica alrededor del año
4 500 a.n.e., estableciéndose en la costa sur de Cuba, en
la Ciénaga de Zapata, en la península de
Guanahacabibes y en la actual Isla de la Juventud. El
cambio principal con respecto a los anteriores es la
sustitución de los utensilios en piedra por la
confección de instrumentos y herramientas en base a
conchas marinas como técnica fundamental. Además
poseían relaciones gentilicias y matriarcales y
existía una división del trabajo muy bien
delimitada por sexo y por
edades.
La tercera ola migratoria se registra a partir del 500
d.n.e. y llega hasta los albores del siglo XVI, siendo la que
contiene la llegada de tres tipos de pobladores diferentes. El
más importante, el que, procedente de las Antillas
menores, empieza a asentarse en las regiones orientales del
país. Este grupo, dueño de la agricultura,
introdujo los cultivos del maíz y de
la yuca, y es además el recipiente para la
recepción posterior de las técnicas alfareras. Este
es el grupo indígena que los españoles llamaron
taínos.
En resumen, a finales del siglo XV, en el
archipiélago predominaban los grupos neolíticos
arawaks o arahuacos, habiéndose extendido por todo el
territorio desde el oriente del país, donde se aprecian
las mayores concentraciones. También se encontraban
poblaciones mesolíticas de los siboneyes, en algunas
ocasiones mezcladas con las taínas, en franco proceso de
transculturación. Existían grupos
relegados del mesolítico inferior que permanecían
en el extremo occidental del país, de ahí el nombre
que recibían, guanahatabeyes, es decir, salvajes.
Además, en los finales del siglo XV, una nueva cultura, la
caribe, cuyas prácticas antropofágicas hicieron
derivar la palabra caníbal de su nombre, había
desalojado a los arahuacos de Venezuela y
algunas de las Antillas menores y comenzaba a incursionar en las
poblaciones taínas de nuestra isla.
Capítulo II
Alumbramiento y deslumbramiento
2.1 España: de la Reconquista al
Descubrimiento
2.1.1 Los Reyes Católicos
El 19 de octubre de 1469 contraen matrimonio Isabel
de Castilla y Fernando de Aragón. Este matrimonio sienta
las bases de una unión que daría forma tanto al
mapa político como al geográfico de la
España de los años subsiguientes y, por qué
no, también a los del resto de Europa. Los esposos, que
luego de varias dificultades, léase la guerra de
Sucesión de Castilla de 1474-1479 y la primera guerra de
los Remensas en Cataluña del año 1462 al 72 del
lado de Aragón, asumen los tronos respectivos de sus
heredades, crean con la unidad dinástica una unión
territorial precaria basada en dos principios:
– Los reinos de Castilla y Aragón son separados,
con sus propios fueros y leyes.
– La máxima unión a nivel de las Coronas
está representada en el matrimonio de Isabel y Fernando y
en la unidad religiosa del país.
Esto se expresó de muchas maneras. A lo interno
el matrimonio se dividió: Isabel dirigía la
política interna de Castilla, Fernando la internacional de
los dos reinos y cada uno la judicial del suyo. En 1478 se
obtiene autorización papal para instaurar la
Inquisición, bajo el control de Sus
Majestades, para asegurar la firmeza y pureza de la
religión en los territorios españoles y en 1492, el
año del descubrimiento, son expulsados los judíos,
en una medida que, complementaria de la anterior, obligaba a los
éstos a convertirse o emigrar.
Un poderoso actor de la economía
española de esta época es la Mesta, la organización de la ganadería
trashumante. Esta era la hermandad de los ganaderos que
trasladaban sus rebaños desde el Sur al Norte de Castilla
y viceversa. En manos de los nobles castellanos, los grandes
latifundistas, se encontraba esta fuerte organización que
fungió como rectora de la economía castellana
durante siglos.
Los nobles castellanos son de hecho la clase
más explosiva, rebelde y poderosa de ambos reinos, por
encima incluso de la burguesía catalana. Dueños del
97% de la tierra castellana, le deben a esto y a otros factores
su poder, que se enfrenta constantemente con la
Corona.
A pesar de los enfrentamientos y persecuciones a los que
se ven sometidos, los judíos y los conversos juegan un
importante papel en las finanzas de la
España del siglo XV, así como también lo
harán en el siglo siguiente, cuando formen parte de la
aristocracia del mundo de negocios como
grandes prestamistas y de la burocracia como
excelentes y eficaces funcionarios.
En cuanto a la política exterior, aunque en
general se cree que quedó en manos de Fernando, como ya
dijimos, no es menos cierto que en la parte ibérica y
atlántica, Isabel bogó por mantener cálidas
relaciones con Portugal, lo cual se logró mediante enlaces
matrimoniales, tratados y bulas
papales. En cambio, con respecto al resto de Europa, la
política de Fernando significó un cambio, al menos
en cuanto a Castilla, al alejarse de Francia, aliado tradicional,
para acercarse al Sacro Imperio Romano Germánico, mediante
apoyo militar y enlaces dinásticos que terminarían
con el dominio de la Casa de Trastámara sobre el trono de
España, siendo sustituidos por los Habsburgos o Austrias,
como los llamaron en España.
Digamos, en resumen, que al subir al trono Fernando e
Isabel el caos estaba enseñoreado de la economía y
la política castellanas. La moneda rebajada, la
agricultura moribunda, la industria
decadente, el comercio parado y la rebeldía de los nobles
abrieron de par en par las puertas al absolutismo,
la centralización y el paternalismo de los
Reyes Católicos. La formación de la moderna
España mediante la unión de las Coronas de Castilla
y Aragón, la conquista de Granada y el posterior descubrimiento de
América figuran entre las realizaciones más
celebradas aunque no las únicas notables, de estos
soberanos. Construyeron puentes y carreteras, pavimentaron
calles, abastecieron de agua las
ciudades, promovieron la limpieza y la sanidad urbanas,
construyeron faros, mejoraron los puertos, favorecieron la
construcción naval y la navegación, estimularon el
comercio y la industria, suprimieron las luchas internas,
reforzaron la
administración de justicia y mejoraron la
situación económica de sus reinos.
2.1.2 La lucha por el Atlántico
Desde la primera mitad del siglo XV, una serie de
condiciones motivaron que fueran los súbditos de los
reinos ibéricos los destinados a establecer el amplio
movimiento de exploración y descubrimiento del siglo
siguiente.
Desde 1415 comienza la expansión europea en el
Atlántico con las ocupaciones de las islas Madera, Azores,
Canarias y de Cabo Verde. La
motivación primaria era la de conseguir una vía
mediante la cual se pudiera alcanzar el litoral atlántico
de África, rico en oro y esclavos baratos y
posteriormente, la vía para alcanzar las Indias, tierra de
especias y seda. Estas empresas fueron realizadas por los
portugueses y andaluces de Castilla.
Con su accionar en la búsqueda de nuevas rutas
comerciales, los portugueses y los españoles no buscaban
suplantar a los árabes, como se ha afirmado en algunos
estudios, aun cuando esto ocurrió en el océano
Índico con posterioridad. En todo caso, el enemigo
comercial a suplantar eran los comerciantes italianos, muchos de
los cuales, como los genoveses, tenían un estatuto
especial en varias ciudades como Sevilla y controlaban todos los
puertos de expedición de la lana. Para el comerciante
andaluz o el armador portugués, los principales
competidores en caso de un hipotético establecimiento de
relaciones comerciales interoceánicas entre la
península Ibérica y Asia, eran las grandes casas
italianas, monopolizadoras de este tipo de comercio y cuyos
representantes y capitales podían ser encontrados hasta en
su propio patio, como ya vimos en el epígrafe
correspondiente. No es para nada una coincidencia que el primer
cargamento consignado de especias orientales, primero de una
larga serie, llegara procedente de Lisboa a la factoría
portuguesa de Amberes, en Flandes, convirtiéndose
rápidamente esta ciudad en centro para la distribución de estas mercancías en
el norte de Europa y soslayando de un plumazo la ruta Cercano
Oriente-Italia-Alpes-Alemania-Norte, que tenía como
intermediarios mayoritarios a los italianos.
La navegación ibérica, con marineros
habituados al océano y entrenados en la escuela de la
conquista y colonización de los sistemas de islas
del Atlántico noroeste-africano, era la más
adecuada para realizar las grandes expediciones de
descubrimiento. Además, en el caso de España,
dominaban un amplio conjunto de concepciones heredadas de la
Reconquista que apenas terminaba, como bien enuncia el Profesor
Torres-Cuevas:
– El objetivo y
definición de las empresas como militares.
– La fidelidad a la figura del rey, que se paga mediante
repartos de tierras.
– El carácter de empresa religiosa
que tenía toda conquista.
– El proceso de migración
o ‘repoblamiento’ que seguía a toda
conquista.
– La organización y sustento de la conquista por
la burguesía usurero-mercantil, que aporta los
maravedíes necesarios.
Estas concepciones rigen la conducta de los
hijosdalgo, segundones de la nobleza castellana, y de los
miles de hombres de armas de toda
clase, que una vez terminada la Reconquista, tienen como
ocupación la guerra en un país donde ésta
acaba de concluir.
Las condiciones estaban dadas, sólo era necesario
establecer las orientaciones y direcciones principales, como en
toda buena empresa de exploración y éstas vinieron
dadas curiosamente por el mismo tratado mediante el cual Isabel
se había sentado por vez primera de manera sólida
sobre el trono de Castilla: el Tratado de
Alcáçovas-Toledo, firmado por los reyes de Portugal
por un lado y de Castilla y Aragón por el otro, el 4 de
septiembre del año 1479, que sentó las pautas de
los colores que
llevarían las futuras expediciones, según su
derrota.
Y es que el tratado fue trascendente sobre todo por esa
cualidad que tuvo de dividir al Atlántico por un paralelo
de manera tal que daba a los portugueses la navegación
exclusiva al sur del cabo Bojador, lo cual dejaba a Castilla las
islas Canarias y toda la navegación por lo que ahora se
conoce como el Atlántico Norte. Así se sellaba el
destino de las expediciones: los portugueses buscarían la
ruta al Asia siguiendo la costa y doblarían el cabo de
Buena Esperanza, como ya vimos, en su búsqueda hacia la
India, mientras que Castilla, que no había quedado muy
satisfecha con las condiciones del tratado, máxime cuando
parecían desventajosas para un acuerdo resultado de una
guerra que ella había ganado, esperaba la oportunidad de
realizar sus propios viajes de
exploración al finalizar la Reconquista, mientras
introducía en sus islas Canarias la caña de
azúcar
y los esclavos negros, en siniestra premonición de lo que
vendría después.
Resumamos en pocas lo que se viene perfilando como las
causas que condicionaron y propiciaron el
descubrimiento:
– La llamada sed de oro. El desarrollo del comercio
europeo de la época, que propició la falta de
metales preciados, significó también que la
balanza
comercial europea con respecto al Oriente siempre fuera
pasiva. – La completa islamización del Oriente, consumada
por la caída de Constantinopla en 1453 y, aún mas
importante, la conquista de Egipto,
influyó en la llamada crisis del
comercio del Levante, que hizo el monopolio
comercial de los italianos, intolerable.
– Las contradicciones del régimen feudal, que
provocaron la búsqueda de un escape en la expansión
territorial y la consolidación del régimen
monárquico en Europa Occidental, que da a luz a las
condiciones políticas
que permiten organizar grandes expediciones marítimas
costeadas por los Estados.
– Las condiciones específicas de la
península Ibérica que ya conocemos.
– Los adelantos imprescindibles de la ciencia y la
técnica, sobre todo relacionado con la náutica y la
geografía.
2.2 El Alumbramiento
2.2.1 Del Almirante
Cristóbal Colón nació probablemente
en 1451 en Génova o en una de las aldeas circundantes.
Algunos autores, sin embargo, defienden que era catalán,
mallorquín, judío, gallego, castellano,
extremeño, corso, francés, inglés,
griego y hasta suizo. Siguiendo la tesis genovesa, sus padres
fueron Doménico Colombo, maestro tejedor, lanero o
tabernero, y Susana Fontanarrosa. De los cinco hijos del
matrimonio, dos, Cristóbal y Bartolomé, tuvieron
pronto vocación marinera; el tercero fue Giacomo (Diego
Colón), que aprendió el oficio de tejedor; y de los
dos restantes, Giovanni murió pronto, y la única
mujer no
dejó rastro.
De la mar aprendió en galeras genovesas primero,
como grumete; como marinero, desde los 15 años, y con
mando en barco desde los 20 o 22 años. Entre 1470 y 1476
recorrió todas las rutas comerciales importantes del
Mediterráneo, desde Quíos, en el Egeo, hasta la
península Ibérica; al servicio de
las más importantes firmas genovesas. También
participó en empresas bélicas, como el
enfrentamiento entre Renato de Anjou y el rey de Aragón,
Juan II, por la sucesión al trono de Nápoles. Se
afirma que, al amparo de tantas
guerras y
conflictos
como entonces había, ejerció de corsario, actividad
muy lucrativa y reconocida hasta en los tratados
internacionales de la época.
Según cronistas de la época, Colón
llegó a la ciudad de Lagos, situada en la costa meridional
portuguesa, cerca de Sagres, tras un durísimo combate
naval acaecido cerca del cabo de San Vicente, el 13 de agosto de
1476. Incendiado su barco, Colón salvó su vida
agarrándose a un remo y nadando hasta la costa. Empezaba
la estancia colombina en Portugal, que duró casi diez
años, tan importantes y decisivos como misteriosos. Fue en
el pequeño reino ibérico, y de la mano de
portugueses, donde aprendió a conocer el Océano (es
decir, el Atlántico, en la época el océano
por antonomasia), a frecuentar las rutas comerciales que iban
desde Islandia hasta el archipiélago de Madeira, a tomar
contacto con la navegación de altura, con los vientos y
corrientes atlánticos y a navegar hasta el golfo de
Guinea.
Dicen los cronistas que Colón, una vez repuesto,
marchó desde Lagos hasta Lisboa, donde se dedicó al
comercio. En 1477 viajó hasta Inglaterra e Islandia, y en
1478 se movía entre Lisboa y el archipiélago de
Madeira con cargamentos de azúcar. Hacia 1480 parece que
se casó con Felipa Moñiz, quien le ayudó a
acreditarse como vecino y cuasi natural de Portugal, siendo como
era pariente lejana de los Braganza, la casa real de Portugal. De
este matrimonio nació hacia 1482 en la isla de Porto
Santo, del archipiélago de Madeira, su sucesor Diego
Colón.
Hay grandes indicios y alguna prueba razonable, como el
preámbulo de las Capitulaciones de Santa Fe, de que
Colón, cuando elaboró su plan descubridor,
sabía más de lo que decía. Tal
convencimiento, que se extendió ya desde el principio
entre los primeros pobladores y cronistas, se corresponde con el
llamado "predescubrimiento de América". Parece que, entre
los años 1477 y 1482, en que Colón no dejó
de realizar frecuentes viajes a las islas Madeira, Azores y
Canarias, le sucedió algo trascendental, que él
califica de "milagro evidentísimo", si hacemos caso a sus
palabras.
Los defensores del predescubrimiento de América
sostienen que ese algo trascendental, repentino y milagroso que
le sucedió a Colón en cualquier momento de estos
años fue que alguien, con conocimiento
de lo que decía, le informó de la existencia de
unas tierras al otro lado del océano Atlántico. Tal
información aportaba detalles bastante ajustados sobre
algunas islas y sus naturales, sobre ciertos parajes y,
especialmente, acerca de las distancias. Ese alguien fue,
según unos, un piloto portugués o castellano (si se
sigue la conocida como "leyenda del piloto anónimo") que
al regresar de Guinea se vio impulsado por alguna tormenta hasta
las Antillas. Tras un tiempo allí, regresó, se
encontró con Colón, le informó y
murió.
En aquellos años transcurridos entre 1480 y 1482,
Cristóbal Colón era ya un buen navegante, un
hombre
práctico y autodidacta, pero carecía de ciencias y
saberes teóricos. Para elaborar su plan descubridor,
Colón, de quien se puede decir que era más un
hombre de la edad media que de la edad moderna,
y se sentía instrumento de la Providencia, utilizó
varias fuentes
informativas: la Historia rerum ubique gestarum del papa
Pío II; la Imago mundi del cardenal y
teólogo francés Pierre d'Ailly, a quien
mencionábamos antes como uno de los grandes hombres del
pensamiento de la época; y la Correspondencia y Mapa que,
en 1474, el sabio y geógrafo florentino Paolo dal Pozzo
Toscanelli había hecho llegar al rey de Portugal Alfonso
V.
De las dos primeras obras, que eran una especie de
enciclopedias del saber del momento y que estudió muy
detenidamente, como demuestran las casi 1.800 apostillas o
anotaciones al margen que hizo en sus ejemplares, extrajo
referencias muy concretas sobre parajes bíblicos, situados
en el fin del Oriente, como el Paraíso Terrenal, el
Jardín del Edén, Tarsis y Ofir, el reino de Saba,
los montes de Sophora, o el país de las amazonas, que
pronto situaría en distintas zonas de las Indias, porque
para él allí estaba el extremo de Asia. De
Toscanelli, que seguía lo que había dejado escrito
el viajero italiano Marco Polo, recogió Colón todo
lo relativo al territorio sobre el que habían gobernado
los miembros de la dinastía Yuan, a la tierra firme
asiática (Catay, Mangi y Ciamba) y sobre todo al Cipango,
isla distante 1.500 millas de China (la Catay colombina),
referida al actual Japón,
y famosa por su riqueza. Sin embargo, hay un punto en el que
Colón discrepaba del sabio florentino: las distancias
entre ambos extremos del Océano. Toscanelli asignaba al
mismo 120 grados de la esfera terrestre (casi el doble de la que
en realidad tiene), y, aunque situaba algunas islas en el camino,
la empresa
resultaba muy arriesgada. Por esta razón, los portugueses,
tras estudiar el plan, lo rechazaron y archivaron. Colón,
sin embargo, sabía que, en el capítulo de las
distancias, Toscanelli estaba equivocado: al empezar el viaje
descubridor, anunció que las primeras tierras se
encontrarían a 800 leguas de las islas
Canarias.
Para defender su proyecto ante los
expertos, hubo de calcular mediciones sobre el grado y la esfera
terrestres. Coincidió con las estimaciones hechas por
algunos sabios musulmanes, según las cuales 1 grado
equivalía a 56 millas y 2/3 (milla árabe de casi
2.000 metros), y, por tanto, la circunferencia del ecuador era
igual a 20.400 millas. Esto daría 40.000 kilómetros
para la circunferencia del ecuador (prácticamente la
medida real). Sin embargo, Colón achica la esfera
terrestre y da al ecuador una medida de unos 30.000
kilómetros, es decir una cuarta parte menos, porque
está manejando la milla itálica, de unos 1.500
metros. Hacia 1483 o 1484 defendió este proyecto ante los
expertos portugueses, que lo rechazaron. De mediciones,
cálculos y Toscanelli, ellos sabían más que
Colón, el cual no les aportaba nada nuevo y además
les exigía mucho a cambio de llevar a cabo el plan de
exploración.
A finales de 1484 o principios de 1485 dejó
Portugal lo más secretamente que pudo y entró en
Castilla. Tras arribar con su hijo Diego a algún puerto
del golfo de Cádiz, quizá al de Palos de la
Frontera,
visitó el monasterio franciscano de Santa María de
La Rábida, en donde siempre halló Colón
ayuda material y amistad.
El 20 de enero de 1486, los Reyes Católicos
recibieron por primera vez a Colón en la ciudad castellana
de Alcalá de Henares, y a continuación nombraron
una junta de expertos para valorar el proyecto colombino. La
junta de ‘científicos’, al igual que en
Portugal, le fue contraria.
A pesar de que muchos no daban crédito
a lo que prometía, nunca le faltaron a Colón
protectores. Algunos de los más constantes fueron frailes
con influencia ante los Reyes, como el incondicional, buen
astrólogo y entendido en navegación, Fray Antonio
de Marchena. Otro religioso influyente, maestro del
príncipe don Juan, y siempre favorable a Colón fue
Fray Diego de Deza. Es posible que el futuro descubridor revelase
a ambos sus conocimientos en secreto de confesión. Un
tercer religioso, decisivo en 1491 y 1492, fue el fraile de La
Rábida, Juan Pérez. En la última fase de la
negociación, además de
eclesiásticos, el genovés contó con el apoyo
de algunos cortesanos distinguidos, como fue el caso de Luis de
Santángel, escribano de ración de Sus
Majestades.
Entre los años de 1487 y 1488, mientras esperaba
en Córdoba la decisión de los monarcas Isabel I y
Fernando II, conoció a Beatriz Enríquez de Arana,
una joven de humilde procedencia, que el 15 de agosto de 1488 le
dio un hijo: Hernando Colón. En 1488, invitado
sorprendentemente por el rey portugués Juan II, parece que
hizo un viaje rápido a Portugal. Poco después
viajó por Andalucía, donde visitó a los
duques de Medinasidonia y de Medinaceli al parecer por sugerencia
de Fray Juan Pérez, con el objetivo de recabar la ayuda de
estos poderosos señores, mientras llegaba a su fin la
guerra de Granada, que tenía ocupados a los Reyes
Católicos.
Después de muchas tentativas y la
intervención favorable de nuevo del monasterio de La
Rábida, especialmente de Fray Juan Pérez, los Reyes
Católicos, en un acto completamente personal,
decidieron finalmente respaldar el proyecto del futuro Almirante.
El 17 de abril de 1492 se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe
o documento-contrato que
estipulaba las condiciones en que Cristóbal Colón
haría el viaje descubridor. El documento, dividido en dos,
tiene un preámbulo que dice así: "Vuestras Altezas
dan e otorgan a don Cristóbal Colón en alguna
satisfacción de la que ha descubierto en las Mares
Océanas y del viaje que agora, con el ayuda de Dios ha de
fazer por ellas en servicio de Vuestras Altezas, son las que se
siguen". Ese "ha descubierto" es, para los partidarios de la
teoría del predescubrimiento, la prueba documental
decisiva, ya que Colón se atribuye, antes de 1492,
descubrimientos en el océano que ahora transfiere a los
Reyes Católicos, en virtud de lo cual éstos le
corresponden dándole una serie de privilegios, que forman
la segunda parte del documento:
1º) El oficio de almirante de la Mar Océana,
vitalicio y hereditario, en todo lo que descubra o gane, y
según el modelo del almirante mayor de
Castilla.
2º) Los oficios de virrey y gobernador en todo lo
que él descubra o gane. No se habla de hereditariedad.
Para cubrir los cargos en las Indias, pueden proponer tres
personas a los Reyes con el objeto de que estos
escojan.
3º) La décima parte de todas las ganancias
que se obtengan en su almirantazgo.
4º) Que todos los pleitos relacionados con las
nuevas tierras los pueda resolver él o sus justicias. Este
punto nunca se cumplió porque estaba condicionado a los
precedentes castellanos.
5º) El derecho a participar con la octava parte de
los gastos de
cualquier armada, recibiendo a cambio la octava parte de los
beneficios.
2.2.2 De los que fueron y cómo fueron
El puerto de Palos de la Frontera, en la confluencia de
los ríos Tinto y Odiel, andaluz y marinero, era uno de los
lugares ideales para la acción que se proponía el
Almirante. Aquí conocería a los hermanos
Martín Alonso, Vicente y Francisco Yañez
Pinzón y al cantabro Juan de la Cosa. Los primeros a
través del guardián del monasterio de la
Rábida, nuestro conocido Juan Pérez, amigo de
la familia
Pinzón.
El apoyo de esta familia es
esencial para la consecución de la empresa. Los
Pinzón son tal vez los marinos más conocidos del
puerto y de buena parte de la costa al sur de Sevilla.
Practicantes del comercio tanto atlántico como
mediterráneo y en ocasiones la piratería, eran sin
duda de los más experimentados de la zona. Tanto
así, que es precisamente el hecho de que se sumen los
Pinzón a la aventura lo que permite se incorporen la
mayoría de los marinos enrolados.
Por otra parte, la ayuda del marino y cartógrafo
Juan de la Cosa es también esencial. Cantabro, es quien
enrola a sus vizcaínos, que tantos dolores de cabeza
habrán de darle al Almirante. Es él, dueño
de la Gallega, quien aporta con su participación esta nao,
destinada a ser la capitana bajo el nuevo nombre de Santa
María.
La Santa María era una nao de 128,25 pies de
eslora por 25,71 pies de manga que desplazaba unas 200 toneladas,
con una tripulación de alrededor de 45 hombres. El
camarote del Almirante estaba situado sobre el alcázar en
la popa, en el castillo correspondiente.
Las otras dos embarcaciones eran dos carabelas, la Pinta
y la Niña, que desplazaban 48 y 39 toneladas
respectivamente. Sus tripulaciones están estimadas en 30
hombres para la Pinta y 25 para la Niña.
Una consulta a la lista de tripulantes, nos
permitirá observar las siguientes relaciones:
Hombres de mar | Otros |
68 | 19 |
Un examen más minucioso arrojará las
siguientes divisiones:
Oficiales y Pilotos | Grumetes y Marineros | Altos cargos u oficios no marinos | Oficios comunes no marinos |
12 | 56 | 7 | 12 |
Lo que porcentualmente nos lleva a:
Unidos a los otros posibles tripulantes, unos 19 en
total, tenemos ya ampliada la lista de tripulantes hasta un
número de 106, que en su mayoría son marinos y
hombres de mar, lo que sirve de constatación de la empresa
como descubridora/exploradora, en contraposición con lo
que se verá más tarde en futuros viajes
colombinos.
No es de despreciar la participación de
criminales en esta empresa, con la exoneración como motivo
principal de su incorporación al viaje.
2.2.3 El Almirante, el Océano y el Mundo
Nuevo
Al fin, sale la expedición del puerto el
día 3 de agosto de 1492, un poco antes de la salida del
sol, y pusieron rumbo a las islas Canarias, donde pensaron
recalar y aprovisionarse antes de partir definitivamente hacia lo
desconocido.
Nada ocurre de importancia hasta el lunes 6, en que se
rompe el timón de la Pinta. Esto preocupó al
Almirante, quien desconfiaba de los dueños de la Pinta,
Gomes Rascón y Cristóbal Quintero, de quienes
pensaba no querían participar en este viaje, sino que
habían sido compelidos por la autoridad de Martín
Alonso Pinzón y ahora trataban de averiar la nave, como
sospechaba habían tratado antes. Sólo la presencia
y liderazgo del
propio Martín Alonso, unido a su pericia, permite la
solución de este problema con el gobernalle, que vuelve a
aflorar al día siguiente y sólo es definitivamente
resuelto con la estadía de las naves en
Canarias.
Allí permanecen hasta el día jueves 6 de
septiembre, en que parten definitivamente desde el puerto de la
Gomera, habiéndose pertrechado y reparado sus barcos,
aunque los vientos alisios no comienzan a soplar hasta el
día ocho. Reciben además noticia de tres carabelas
del rey de Portugal que andan en su búsqueda, para evitar
el viaje.
El domingo día nueve tenemos la primera
referencia a la práctica que Colón llevará a
cabo durante todo el viaje, que será el de acortar la
distancia recorrida por sus naves.
El día 13 de septiembre el Almirante descubre la
declinación magnética de la Tierra, o sea, el
ángulo que forma la componente horizontal del campo
magnético de la Tierra con el meridiano
geográfico y el 16 llegan al mar de los Sargazos, de donde
salen sólo el día 22 de septiembre.
El martes 25 se tiene una falsa noticia de tierra hacia
el Sureste, causando lógica
conmoción pero es definitivamente enmendada al siguiente
día.
En los primeros días de octubre comienza a temer
el Almirante haber pasado en su derrota por alguna isla y no
haberla visto, habiendo recorrido según su cuenta 707
millas. Hay noticias de un motín entre los
cántabros y vizcaínos de la Santa María,
domeñados tan sólo por la imponente presencia del
mayor de los Pinzón, Martín Alonso, quien discute
con el Almirante si es más correcto tratar del alcanzar
Cipango, a lo que éste sostiene que lo importante es
alcanzar la tierra firme.
Nuevos motines el día 10 de octubre, donde los
propios Pinzones comienzan a dudar. Sólo se
continúa cuando se le arranca el juramento al Almirante de
proseguir la marcha durante tres días más y de no
resultar, regresar a Europa.
El día once se multiplican las señales
de la cercanía de tierra, que ya se venían dando
desde una semana antes. El Almirante cree ver unas luces que
significarían la presencia de tierra y así lo
comparte con el repostero de los estrados del rey y con el
veedor, por lo que manda a reforzar la vigilancia. Finalmente,
cerca de las dos de la madrugada se escucha el grito de Tierra,
que sale de la garganta de Juan Rodríguez Bermejo. Tocan
tierra al otro día, de la cual el Almirante se apresura a
tomar posesión en nombre de los Reyes
Católicos.
2.2.4 El Deslumbramiento
Colón llegó a la isla que los
indígenas llamaban Guanahaní y que el puso por
nombre San Salvador. Los españoles, siempre ávidos
de oro, intercambian fruslerías con los indígenas a
cambio de objetos del preciado metal, mientras el Almirante hace
sus primeras observaciones: "Yo (dice él), porque nos
tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que
mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe
con amor que no
por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y
unas cuentas de
vidrio que se
ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor,
con que hobieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era
maravilla. Los cuales después venían a las barcas
de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos
traían papagayos y hilo de algodón
en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban
por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de
vidrio y cascabeles. En fin, todos tomaban y daban de aquello que
tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era
gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre
los parió, y también las mujeres, aunque no vide
más de una farto moza. Y todos los que yo vi eran todos
mancebos, que ninguno vide de edad de más de treinta
años: muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy
buenas caras: los cabellos gruesos cuasi como sedas de cola de
caballos, e cortos: los cabellos traen por encima de las cejas,
salvo unos pocos de tras que traen largos, que jamás
cortan. Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los
canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco, y
dellos de colorado, y dellos de lo que fallan, y dellos se pintan
las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos solos los ojos, y
dellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen,
porque les amostré espadas y las tomaban por el filo y se
cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro: sus
azagayas son unas varas sin fierro, y algunas de ellas tienen al
cabo un diente de pece, y otras de otras cosas. Ellos todos a una
mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien
hechos. Yo vide algunos que tenían señales de
feridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era
aquello, y ellos me amostraron cómo allí
venían gente de otras islas que estaban acerca y les
querían tomar y se defendían. Y yo creí e
creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por
captivos. Ellos deben ser buenos servidores y de
buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les
decía, y creo que ligeramente se harían cristianos;
que me pareció que ninguna secta tenían. Yo,
placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí
al tiempo de mi partida seis a V. A. para que deprendan fablar.
Ninguna bestia de ninguna manera vide, salvo papagayos en esta
isla."
El Almirante prosigue su estancia en San Salvador
durante dos días, desde donde parte no sin antes observar:
"(…) y también a dónde pudiera hacer
fortaleza, y vide un pedazo de tierra que se hace como isla,
aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se
pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo ser
necesario, porque esta gente es muy símplice en armas,
como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar
para le llevar y desprender nuestra fabla y volvellos, salvo que
Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a
Castilla o tenellos en la misma isla captivos, porque con
cincuenta hombres los terná todos sojuzgados y los
hará hacer todo lo que quisiere."
Al día siguiente descubre la isla que pone por
nombre Santa María de la Concepción y otra a la que
llama Fernandina, en honor del rey, separadas entre sí por
un pequeño golfo. En la Fernandina anota sobre los
indígenas: "No les conozco secta ninguna, y creo que
muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de
muy buen entender." Y también, olfateando empresas
mercantiles: "Y aun en esta isla vide paños de
algodón fechos como mantillos."
El día 19 descubre otra isla a la que pone por
nombre Isabela, que los indígenas llamaban Samoet, sobre
la cual comenta: "(…) Esta costa toda y la parte de la
isla que yo vi es toda cuasi playa, y la isla más fermosa
cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es
más. Es de muchos árboles
y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que
las otras islas falladas, y en ella algún altillo, no que
se le puede llamar montaña, mas cosa que afermosea lo
otro, y parece de muchas aguas allá al medio de la
isla."
El domingo 21 se menciona por primera vez a Cuba:
"(…) y después partir para otra isla grande
mucho, que creo que debe ser Cipango, según las
señas que me dan estos indios que yo traigo, a lo cual
ellos llaman Colba, en la cual dicen que ha naos y mareantes
mucho y muy grande(…)". Nuevamente el día 23,
ya con el nombre corregido: "Quisiera hoy partir para la isla
de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las
señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza,
y no me deterné más aquí
(…)"
Llegamos así, junto al Almirante, al
descubrimiento de la isla de Cuba, a la que puso por nombre
Juana, en honor del príncipe Juan. Esto ocurrió el
día 28 de octubre, tal y como aparece en su Diario. Veamos
que dice: "Fue de allí en demanda de la
isla de Cuba al Sursudueste, a la tierra de ella más
cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin
peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la costa que
anduvo por allí era muy hondo y muy limpio fasta tierra:
tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha
para barloventar. Surgió dentro, diz que a tiro de
lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido,
lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y
verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto,
cada uno de su manera. Aves muchas y
pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad
de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de
una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas
muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy
llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y
llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que
con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro
que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y
cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros
aparejos de pescar y muchos huegos dentro, y creyó que en
cada una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se
tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era
grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló
verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo
por el río arriba un buen rato, y diz que era gran placer
ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no
podía dejallas para se volver. Dice que es aquella isla la
más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos
puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que
nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa
llegaba hasta cuasi el agua, la cual no suele llegar donde la mar
es brava. Hasta entonces no había experimentado en todas
aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena
de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en
longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera
de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender
de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de
Guanahani, los cuales le dicen por señas que hay diez
ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en
veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos
salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los
marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo
del río para saber dónde habían de surgir,
huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla
había minas de oro y perlas, y vido el Almirante lugar
apto para ellas y almejas, que es señal de ellas, y
entendía el Almirante que allí venían naos
del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme
había jornada de diez días. Llamó el
Almirante aquel río y puerto de San
Salvador."
El Almirante permanece durante más de un mes en
las cercanías de Cuba. Envió incluso una
expedición al interior de la isla, formada por Rodrigo de
Jerez y Luis de Torres, éste último "(…)
había sido judío, y sabía diz que hebraico y
caldeo y aun algo arábigo;", quienes permanecen por
varios días en el interior de la isla, regresando para
decir que no habían encontrado ciudades ni especies ni
civilización alguna, aunque con la noticia:"Hallaron
los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus
pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano,
hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban.", en la
primera aparición del uso del tabaco.
El 21 de noviembre ocurre un hecho sintomático:
"Este día se apartó Martín y Alonso
Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad
del Almirante, por cudicia, diz que pensando que un indio que el
Almirante había mandado poner en aquella carabela le
había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar,
sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. – Y dice aquí
el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y
dicho»".
El día 5 de diciembre, llega a la Punta de
Quemados, que llamó cabo Alfa y Omega, señalando
así lo que creyó el extremo oriental de Asia, y
procede hacia la que el Almirante bautizó como
española a la que llega el día 6, el mismo
día que descubre la pequeña isla de Tortuga.
Tenemos una vez más la expresión del Almirante,
ahora para esta isla Española: "(…) por ver la
isla Española, que es la más hermosa cosa del mundo
(…)".
Prosigue el Almirante su recorrido y descripción de buena parte de la costa
norte de la Española hasta el día de Navidad
cuando: "Como fuese calma, el marinero que gobernaba la nao
acordó irse a dormir, y dejó el gobernario a un
mozo grumete, lo que mucho siempre había el Almirante
prohibido en todo el viaje, que hobiese viento o que hobiese
calma: conviene a saber, que no dejasen gobernar a los grumetes.
El Almirante estaba seguro de
bancos y de
peñas, porque el domingo, cuando envió las barcas a
aquel rey, habían pasado al Leste de la dicha Punta Santa
bien tres leguas y media, y habían visto los marineros
toda la costa y los bajos que hay desde la dicha Punta Santa al
Leste bien tres leguas, y vieron por dónde se podía
pasar, lo que todo este viaje no hizo. Quiso Nuestro Señor
que a las doce horas de la noche, como habían visto
acostar y reposar el Almirante y vían que era calma muerta
y la mar como en una escudilla, todos se acostaron a dormir, y
quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las
aguas que corrían llevaron la nao sobre uno de aquellos
bancos. Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una
grande legua se oyeran y vieran, y fue sobre él tan
mansamente que casi no se sentía. El mozo, que
sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar,
dio voces, a las cuales salió el Almirante y fue tan
presto que aún ninguno había sentido que estuviesen
encallados."
A pesar de todos los esfuerzos, no se pudo rescatar la
Santa María. El Almirante ordenó entonces la
construcción del la primera fortaleza española en
América, el fuerte conocido como Navidad, en lo que fue
ayudado por el cacique local, Guacanagarí.
Luego de reencontrarse con la Pinta a mando de
Martín Alonso Pinzón y recorrer la costa hasta la
península de Samaná, el Almirante decide poner
rumbo a España, con la seguridad de
haber encontrado unas islas muy cercanas al Asia, el 16 de enero
de 1493. Tras cruzar nuevamente el mar de los Sargazos,
Colón decide utilizar los fuertes vientos del Oeste, por
lo que manda poner rumbo al Este el 4 de febrero. Entre el 12 y
el 15 de febrero lo sorprende una tormenta que provoca una nueva
separación de los navíos. La Pinta se separa y va a
parar a Bayona, en Galicia. En cuanto a la Niña, es
atrapada por otra tormenta cerca ya de España por lo que
tiene que refugiarse en el puerto de Lisboa, desde donde fecha
carta a los Reyes Católicos el 4 de marzo de 1493. Luego
de reparar la nave, se hace a la mar y llega el 15 de marzo de
1493 triunfante a Palos de la Frontera. Unas horas después
llega la Pinta, bajo el mando del moribundo Martín Alonso
Yañez Pinzón.
2.3 Las consecuencias de un viaje
trasatlántico
Las consecuencias del descubrimiento se ramifican en
toda la historia posterior, aunque hay que separar las inmediatas
y las a largo plazo.
En lo inmediato, provocó una frenética
actividad en la corte española, que se tradujo en un plan
que básicamente contenía los siguientes
puntos:
– Negociación diplomática con el Vaticano
y cerca del Papa Alejandro VI, el español Rodrigo de
Borja, quien promulga las Bulas Inter Caetera I y II, en
las que hace donación de las tierras descubiertas y por
descubrir a los Reyes y luego fija una línea que ha de
dividir las posesiones españolas y portuguesas.
– Activación de la llamada Armada de Vizcaya,
ante el clima tenso con
Portugal, con el objetivo de proteger la segunda
expedición.
– La creación de la mayor expedición
exploradora hasta entonces generada hacia el exterior de Europa,
con 17 navíos y cerca de 1300 pasajeros, con el objetivo
de regresar y ocupar las Indias descubiertas.
A largo plazo, el descubrimiento generó nuevos
viajes exploratorios y luego de conquista, que aceleraron el
proceso de descomposición del régimen feudal en
Europa.
Se crearon enormes posesiones coloniales para las
potencias europeas, además de ampliarse considerablemente
la base comercial, provocándose una súbita
expansión del mercado mundial. Esto cambia además
el carácter del comercio mundial, que adquiere una
dimensión especulativa que se apoya en las complicadas
dependencias que se establecen entre América y
Europa.
Se dio la llamada revolución
de los precios,
provocada por el torrente de metales preciosos que afluyeron
desde el Nuevo Mundo, en muchos casos pagando artículos de
mucho menor costo. Este
fenómeno está relacionado con el proceso de
acumulación originaria del capital,
descrito por Marx en su obra
cumbre.
Esto provocó además un desplazamiento de
los centros económicos de Europa hacia posiciones
más noroccidentales. En efecto, aunque el comercio
mediterráneo y sobre todo el italiano se mantienen hasta
el siglo XVII con bastante fuerza, sostenido por el oro y la
plata americanos, la acción principal se traslada al
norte.
El descubrimiento es a la vez completitud. Si bien Vasco
da Gama llega a la India propiamente dicha pocos años
después, es solo los metales aportados por el Mundo Nuevo
los que permiten pagar la especiería que los portugueses
traen desde Malabar, o sea, balancear la balanza. El viaje de
Colón se completa con el de Da Gama en el escenario del
mercado mundial que recién nace.
Epílogo
Dice Adam Smith en
su Wealth of Nations en la página 125 del segundo
volumen: "El Descubrimiento de América y el del paso a las
Indias Occidentales por el Cabo de Buena Esperanza son los
mayores y más importantes sucesos que recuerda la historia
de la humanidad." Aunque evidentemente exagerada, la cita nos da
idea de la importancia atribuible a semejante
acontecimiento.
Espero que la tarea de describir esta travesía y
su circunstancia no haya excedido mis posibilidades. La exposición
considero es coherente, aunque a veces no concisa, y he
pretendido seguir una línea que es a la vez
cronológica y dialéctica, yendo de lo general a lo
particular. Globalmente, he tratado de dar una idea de las
circunstancias, únicas en su género,
que propiciaron la gesta, antes de enrolarme en su
descripción.
Considero que el llamado encuentro entre dos mundos tuvo
consecuencias imbricadas para el Viejo continente. De ahí
se justifica el título de nuestro trabajo, Alumbramiento y
Deslumbramiento. El descubrimiento del Nuevo Mundo, generando una
concepción más universal del hombre, acelerando las
condiciones para el tránsito a un régimen de
producción mas avanzado, ampliando las fronteras y
horizontes de los europeos, no sólo dio a luz a una nueva
Europa, sino también, de forma inmediata, la
deslumbró.
No creo que esté agotado el tema alrededor del
cual gira el presente trabajo. Siempre algo nuevo surgirá
sobre este apasionante suceso, que merezca la pena de incluir en
largos y voluminosos libros, los
cuales habrán de ser repasados para tratar de entresacar
de ellos descripciones que en pocas palabras o páginas
cuenten y analicen "(…) La mayor cosa después de
la creación del mundo, sacando la encarnación y
muerte del que
lo crió."
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Autor:
Alejandro Delgado Castro
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